miércoles, 2 de diciembre de 2009
Civilización y barbarie CDH
por Carmen Dolores Hernández
El contraste entre civilización y barbarie -expresado por Domingo Faustino Sarmiento en el título de su emblemático libro sobre un caudillo de las pampas argentinas- siempre ha sido dramático. Y fina ha sido siempre la línea que las separa, aún en nuestro "avanzado" siglo XXI. Una quiebra en un sistema, un brote de violencia, una decisión administrativa tomada a la ligera pueden dar marcha atrás, en cuestión de semanas, a lo que tomó décadas -y hasta siglos- en construir.
Entre los elementos que nos separan del caos social, de la necesidad de estar reinventando continuamente la rueda, están las instituciones, organizaciones que tienen vida más allá de las personas y de los grupos. La institucionalización de una iniciativa asegura su supervivencia aún cuando sus fundadores hayan desaparecido; garantiza su continuidad; canaliza los esfuerzos para lograr un fin específico y preserva un cúmulo de experiencias que se transmiten como herencia cultural de generación en generación.
Resulta peligroso, por lo tanto, jugar con las instituciones establecidas sin tener otras, probadas y reconocidas, para sustituirlas. La necesaria regeneración y puesta al día de las instituciones ha de hacerse cuidadosamente y desde un compromiso con la naturaleza misma de cada institución, procurando su mejoramiento. Reconstruir es más recomendable que destruir; reanimar es preferible a eliminar. Una sociedad civilizada necesita instituciones sólidas y a la vez flexibles, capaces de regenerarse y de responder, dentro de su estructura particular, a los cambios del momento y a los retos previsibles del futuro.
Eliminar instituciones importantes de un plumazo o estrangularlas lentamente son actos irresponsables. Este gobierno está siendo irresponsable en ese sentido. Está desarticulando y/o desestabilizando instituciones con larga e importante trayectoria, que abonan a la cohesión social y al fortalecimiento de sectores importantes del País. Y no tiene nada que valga la pena para reemplazarlas, nada que responda a las necesidades del País para llenar los vacíos que quedarán si sigue adelante con su política. En vez de afianzar la civilización, nos estamos abocando, si no a la barbarie, sí a la desorganización.
Entre las instituciones que están hoy en riesgo de ser desarticuladas en Puerto Rico, muchas son fundamentales para nuestro entorno físico, para nuestra cohesión social y para nuestra cultura. El movimiento comunitario, por ejemplo, está seriamente amenazado por los que deberían tener más en cuenta sus intereses: las administraciones centrales y locales y la Legislatura. El botón de la muestra es lo sucedido con el Fideicomiso de la Tierra del Caño Martín Peña. Igual suerte parece cernirse sobre el movimiento ambientalista y sus logros, obtenidos tras décadas de lucha, especialmente en la cuestión del Corredor Ecológico del Noreste. Instituciones educativas y culturales como la Universidad de Puerto Rico, el Instituto de Cultura Puertorriqueña y la Escuela de Artes Plásticas están sufriendo embates que amenazan, si no su existencia misma, sí su capacidad de seguir desempeñando con eficacia el rol para el que se fundaron. El Colegio de Abogados, institución centenaria, es otra baja en esta lucha solapada del Gobierno contra instituciones de larga trayectoria en el País.
Las intervenciones gubernamentales se suelen llevar a cabo sin ofrecerle al público suficiente información sobre propósitos y métodos, sin debates en foros adecuados conducidos de forma limpia, con la disposición de escuchar opiniones autorizadas y teniendo en cuenta los mejores intereses del País. La táctica favorecida es confrontar a la sociedad con el "fait accompli" o hecho consumado, más propia de una guerra de guerrillas que de la administración de un país que se merece un gobierno abierto, que busque el consenso de los múltiples sectores de la sociedad en su promoción del bienestar general. No hay lugar en ello para agendas ocultas.
No es que las instituciones no sean susceptibles a reconceptualizaciones y reformas. Pero una cosa es la crítica constructiva y la reconstrucción y otra la desarticulación, la incuria, la exclusión y -también- la mala fe.
http://www.elnuevodia.com/columna/642466/
http://pr.indymedia.org/news/2007/07/24589.php
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