lunes, 14 de diciembre de 2009

Autopsia de un Libro Natimuerto





Lo que sigue es una especie de bostezo acomplejao por parte del notario del diablo Aventado a las Minucias generalizadas ante ciertas polémicas nomotéticas...

I
Di(agnóstico) de Im(presiones)

Sucede que me canso de ser autor.

A los 40 años mal cumplidos sólo tengo una constante en mi vida: el afán de escribir. Escribir cuentos, poemas de despecho, cartas de amor, mentiras, sueños, principios de novelas y párrafos fechados en diversas y aburridas bitácoras de la cotidianeidad – entre tantas otras formas de la palabra – es la única constante, el único acto recurrente de verdad del cual puedo dar fe.

Pero ya, estoy que no puedo más, súper cansado de toda esta vaina y loco por enganchar los guantes – o en este caso, machucar el tintero, quemar las páginas, restrallar todas las computadoras y maquinillas que usé a través de los años. Ojalai. La pendejá es que no puedo, no sé cómo, y encima, el valor terapéutico que ha asumido la escritura en mi salud mental es tal que no da tregua alguna. Escribo para no explotar, para no sucumbir a la (lo)Cura, para poder darle forma y contexto a mis amores, a mis deseos, a mi historia... escribo porque a estas alturas es la única forma que conozco de contextualizar este temporero periplo a través de este patético presente.

Y por supuesto, escribo por que lo único que me cuesta es tiempo. A la hora de la verdad, un bolígrafo y un papel no me cuestan nada y siempre aparecen por ahí, a diferencia de los oídos, que a medida que pasa el tiempo son más y más raros... ¿Narcicismo? Sin duda. ¿Estúpido? Solamente porque estoy esperando a que me descubran. Pero la realidad del caso es que el escribir es la herramienta clave que me ha permitido, hasta la fecha, evitar el típico fin de todo tecato.

Sin embargo, soy conciente de que cada caso es diferente. Al igual que el habla, la escritura asume distintos roles en la vida de cada persona. Hay quienes gravitan a lo físico, a lo plástico, a lo matemático, a lo que sea, pero de esos, extrañamente no nos ocupamos en este ‘conversatorio’. En cuanto a los escritores, hay tantas razones para escribir como hay escritores. Me parece curioso que nos preocupemos del porqué escriben los otros, cuando lo único que nos compete es el por qué escribimos nosotros.

En serio, si todavía estás leyendo es porque estás esperando a ver si critíco a Capi, a Elidio, a Mayra Santos, al pobre Pommers... o en lo mínimo para ver si doy una definición de “nomotéticas”, ya que la buscastes en rae.es y no la encontraste. En otras palabras, ¿a quién le importa por qué Rafa Franco escribe? O mejor aún, ¿a quién le importa si Rafa Franco publica y si al cabo de hacerlo se siente satisfecho con la experiencia? Salvo a mi santa madre, pues a nadie; quizás a Rafa Franco solamente.

Pero, ya que estamos hablando de mi madre, ¿a quién le importa si mi madre publica su traducción del “Tun tun de pasa y grifería” que le tomó 30 años efectuar?

Pregunta supérflua, te estarás diciendo y maldiciendo por seguir leyendo. La realidad del caso es que esta pregunta va a la esencia de la cuestión levantada por Elidio y contestada por Capi, además de comentada por otros escritores como Ramos Collado. Si bien a nadie le importa por qué ese tal Rafa Franco escribe y publica, aquellos propulsores y defensores de la Cultura sí deberían estar interesados en una traducción de Palés Matos, uno de los pilares poéticos de la literatura boricua. La realidad, sin embargo, no ha abrumado a mi madre con ofertas editoriales.

La relevancia de este nepotismo vil y mezquino reside en la galáctica diferencia que existe entre lo que llamamos “publicar” y lo que comprende, en estado de hecho, el acto mismo de publicar un texto. Publicar un libro no parece ser la finalidad de un proceso autorial, sino el comienzo de un bien de consumo cuya relevancia y éxito sólo se miden a raiz de sus ventas o ‘consumo’ a corto plazo. Esto a su vez depende de otros procesos tales como la “distribución”, el “mercadeo” y la “publicidad”, por mencionar sólo las primeras tres que me vienen a la mente.

Y ahí están. Las razones, las justificaciones, los culpables de nuestra insatisfacción colectiva como escritores. Mucho más fácil achacarle a estas ‘fuerzas’ nuestras inquietudes y nuestros miedos, mucho más fácil que contestar una pregunta básica: ¿Por qué quiero publicar? Pues si nadie se atreve a decirlo, lo digo yo: porque ver mi libro en Borders es una experiencia casi orgásmica, experiencia que pierde lo sexy si Reymundo y to’el mundo también tiene sus libros en los anaqueles junto al mío.

Queremos que nuestros textos se consideren por sus propios méritos, o por lo menos eso decimos. ¿Pero cuántos Pynchons hay en el mundo literario? Pynchon, el autor, se divorció de su trabajo desde el principio a tal nivel que si existen media docenas de fotos del tipo son muchas. Estrategia insólita e inaudita en la era de FaceBook y la blogósfera virtual. Queremos justificar nuestro solipsismo, nuestro egocentrismo con la etiqueta de ‘cultura’ o ‘literatura’, queremos credibilidad callejera sin arriesgar las posibilidades de un aval académico, queremos cantarnos guardianes de la Cultura, pero no hacemos gran cosa para que escritores como Abreu Adorno y Corretjer estén disponibles y accesibles.

¿Porque andamos todos envueltos en esfuerzos editoriales por nuestra cuenta y resistimos la confluencia de intereses e inversiones? ¿Por qué nos desesperamos y emprendemos competencias innecesarias? ¿Por qué me molesto cuando una gran poeta como Mayra Santos verbaliza la preocupación de no enajenar a ningún posible lector con su lenguaje, con sus palabras? ¿Por qué me molesto cuando un escritor en ciernes decide publicar su propio libro por su cuenta y encima alega la falta de oportunidades editoriales en la isla? ¿Por qué me molesto de que Oscar Wao gane un Pullitzer? ¿Por qué me molesto si solamente me pueden publicar 200 páginas de una novela que rebasaba las 350? ¿Por qué acepto si en realidad quiero publicar las 300?

Porque sucede que me canso de ser autor. Tal vez por ese cansancio sea que Huevo Crudo ha sido publicada solamente dos veces en los 17 años que lleva de existencia. Tal vez por esa misma razón sea la única publicación de la cual me siento 100 por ciento satisfecho.

posdata (o fe de errata) : ¿el enemigo de quién, del lector?

II

bosquejo de la autopsia que me propuse elaborar:

1. ¿qué es publicar? si fuera cuestión de publicar nada más, no habría polémica – la preocupación real es qué le pasa al libro luego de publicado. Publicar una edición ajustada a un costo (o sea, publicar 200 páginas de una novela porque sale muy caro publicar las 300+ páginas), satisface realmente la sed de “publicar”?

2. La patología = el enemigo ==> ¿por qué siempre queremos adjudicarle nuestras fallas a los demás? La política, la colonia, la cultureta, etc no explican nuestro propio y solipsismo – individualismo, falta de con-texto
a. la cultura como algo que se hace concientemente, la cultura como producto, como responsabilidad personal (la cultura depende de mí!), cultura como mercado, cuantificable, mecánica... el libro como moneda cultural
b. en este paisaje de la cultura como mercado, puerto rico está destinado a perecer ya que ni se conceptualiza el libro como bien de consumo y su mercado no tiene las proporciones o dimensiones necesarias (entiéndase tamño) para sostener un multiverso literario tan variado y prolijo como el insular.

3. La cura = sector editorial ==> ¿Me equivoco o la edición de libros en PR recae más sobre el autor que sobre el editor? ¿Qué escritor publicado en Puerto Rico puede decir que tiene un ‘editor’ que lo publica consecuentemente y trabaja a largo plazo el aspecto editorial de una publicación? Aún más allá, ¿cuál es – o son – los nombres de los editores a tiempo completo que se ganan la vida en efecto editando literatura (obvio que sin contar textos escolares)? ¿Cuántas plazas de esa naturaleza existen en el sector editorial boricua? No olvidemos que autores como Italo Calvino han sido tan buenos editores como autores.

4. sintomatología:
a. narcicismos estúpidos
b. Mayúsculas: “CULTURA” “PEN” “YO SOY EL ENEMIGO” “ICP” “UPR” “ENDI” “ME LLAMO FULANO Y LO BAILO ASÍ” más todas las listas de ditoriales, autores, títulos, academias, etcétera...
c. Cuestionamientos que nada tienen que ver, en términos generales, con escribir novelas, cuentos, poemas...
d. Género-fobias – como una homofobia literaria, ya que tildar a uno de autor “infantil”, “de ciencia ficción”, “poeta”, “fácil”, “difícil”, “comprometido”, “popular”, “de la calle”, “académico” y otros tantos más son con frecuencia sentencias y prisiones.
e. aires de grandeza y pajas mentales = rencillas irrelevantes ==> vivimos enajenados de la realidad y preocupados más en quien nos lee, nos va a leer o no nos va a leer que en escribir un texto que trascienda nuestras nimiedades personales, lo cual nos devuelve al meollo: no es el parto lo que nos precoupa, sino a qué ‘escuela’ van a asistir nuestros ‘bebés’.

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